María es una chica de 21 años. Aunque es de un pueblo pequeñito, vive en una gran ciudad donde estudia Economía. Tiene una relación con Manuel desde hace tres años y se les ve bastante bien juntos. Una de las cosas que más le gusta a María es pasear con su perro, al que solo puede ver los fines de semana.
Durante la semana, María acude a clases, a la biblioteca y algunos jueves sale con sus amigas de carrera y compañeras de piso. Le encanta salir con ellas, tomarse unas cervezas en una cafetería cerca de su piso y reírse recordando todo lo que hicieron el jueves anterior.
A María la vida le va bien, estudia una carrera que le gusta, está bien con su chico, su familia la quiere mucho y sus amigas son un gran apoyo para ella. Sin embargo, ella se siente sola. No sabe por qué, pero no termina de disfrutar con sus amigas, siente que tiene que esforzarse por sonreír y la mayor parte del tiempo que pasa con ellas, está pensando en alguna buena excusa para irse a su piso.
Ella no lo cuenta, piensa que puede ser algo normal. Últimamente, está un poco agobiada con la carrera, así que, piensa que «ya se le pasará».
Pero los exámenes que, en un principio, fueron la razón de ese agobio, se terminan, y no ocurre lo mismo con la sensación de vacío y tristeza.
Una tarde después de clase, una amiga sugiere ir a la cafetería de siempre a tomar algo, pero María finge dolor de cabeza y se va a casa.
Al siguiente jueves, Lola, su compañera de piso, le propone salir con las chicas a ver un monólogo. Por fin ha llegado a su ciudad el humorista que tanto les gusta, pero María, dice sentirse con dolor de estómago, y así, una vez más, se queda en casa.
Pasa tiempo sola porque así lo prefiere, pero tampoco termina de estar bien.
Con su novio es diferente. Solo puede verlo los fines de semana y parece que lo pasa muy bien con él, pero en el fondo, ella, no lo pasa tan bien…
Un día, Lola, fue a la habitación de María para hablar. Le dice que está preocupada, que desde hace un tiempo la nota rara, y que apenas sale con ella y con las chicas. A María le sorprendió que Lola le estuviera diciendo aquello, pues pensaba que fingía bien, pero se ve que no… Aun así, se esforzó por decirle que llevaba un tiempo agobiada con la carrera (se aferraba a esa razón con todas sus fuerzas), además veía poco a su novio y lo echaba de menos. Lo que María no le dijo a Lola fue cómo se sentía, vacía, triste, sola incluso estando acompañada, riendo cuando no le apetecía para integrarse y no llamar la atención, sin ganas de salir, que había dejado de pasear con su perro cuando iba al pueblo y que llevaba así unos cuatro meses…
Unas semanas después de aquella conversación, nada cambió, al menos a mejor, porque la situación empeoró en todos los sentidos. Estaba de mal humor, dejó de salir totalmente con sus amigas y cada vez estaba peor con su novio. No sabía por qué, pero había días que no tenía ganas de ir a clase ni de hablar con nadie, solo quería llorar, y eso hacía… Y aunque le costaba horrores, intentaba ir a la universidad y estar con Lola en algunas ocasiones.
Una mañana, se despertó y sintió que quería levantarse de la cama, pero no pudo, su cuerpo no respondía… Después de un rato, cuando al fin lo consiguió, quiso seguir con su rutina diaria, ducha, desayuno y biblioteca, pero no pudo. Se sentía cansada, fatigada, y últimamente, también notaba que le costaba mucho concentrarse y prestar atención en clase. Sus notas se habían visto afectadas, y eso la hacía sentirse inútil y culpable. Además, había adelgazado casi 7 kilos sin hacer ninguna dieta.
Un fin de semana que estuvo en su pueblo viendo a su familia, su madre notó los cambios en María: había bajado de peso, era lenta en sus movimientos, ya no paseaba con su perro, protestaba por todo y apenas salía de su habitación. Preocupada, su madre decidió hablar con Lola, la cual también le mostró su preocupación, pues llevaba así seis meses y apenas salía con ellas fuera de la universidad.
Sus padres decidieron hablar con María y comentarle la situación. Ella no pudo hacer otra cosa que echarse a llorar. Solo podía decir que no sabía qué le pasaba, que no se sentía bien y que no tenía ganas de nada. Decidieron buscar ayuda profesional para poner solución a su problema.
Si te sientes identificad@ con esta historia, es posible que padezcas un Trastorno de Depresión Mayor, por lo que, es recomendable que busques ayuda profesional. Aunque es muy duro sentirse así y reconocerlo, recuerda una cosa: de la depresión se sale.
María es el nombre ficticio que protagoniza esta historia basada en muchas historias reales.
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